La “flexibilidad” de las células

La plasticidad es poder adaptarse. Los materiales pueden ser plásticos y, por ende, flexibles. Las personas –algunas- poseen plasticidad.

Las células son plásticas. Y hoy sabemos que su flexibilidad es infinita. Actualmente conocemos que las células de una tipología determinada son capaces de transformarse en otras distintas. Este sería el cimiento de los tratamientos basados en células madre.

Clásicamente, se había considerado el desarrollo de un organismo como una evolución de sentido único: las células se especializaban para formar tejidos concretos y, una vez transformadas, -se creía- no era posible que volviesen atrás, a un estado no especializado. De haber sido así, las células no serían plásticas.

En 1962, el británico John B. Gurdon fue el primer científico en demostrar que la especialización celular no es irreversible. Extrajo el núcleo de un óvulo de rana y lo sustituyó por el núcleo de una célula intestinal, también de rana. Gurdon observó que, a partir del óvulo en que había introducido el núcleo procedente del intestino, se desarrolló un renacuajo normal. Esto significaba que el óvulo había sido capaz de reprogramarse. Comenzó ahí a fraguarse un horizonte muy prometedor en relación a las terapias génicas.

Años posteriores, el biólogo japonés Yamanaka se cuestionó acerca de la capacidad de las células embrionarias para convertirse en cualquier tejido. ¿Qué poseían las células de un embrión para conseguir dicha pluripotencialidad? La respuesta la encontró en sus genes: contaban con ciertos genes que codificaban esta plasticidad tisular. Algunos de ellos fueron identificados por su equipo de investigación.

Debido a los importantes resultados obtenidos por Gurdon y por Yamanaka en dichos experimentos, en 2012 ambos recibieron el premio Nobel de Medicina.

Cuando, hace ya más de una década, se comenzó a hablar de plasticidad celular, la población se vio eclipsada por una gran expectación. Sin embargo, a pesar de contar con el apoyo de un gran porcentaje poblacional, su curso no está exento de complicaciones. Desde sus orígenes, algunos sectores religiosos lo han obstaculizado sin descanso. Lo cierto es que, alrededor de él, se motiva un debate ético que, como en otras muchas cuestiones, la legislación tratará de manejar con más o menos torpeza.

Los avances médicos con células madre planteaban, además, un inconveniente técnico: aunque se lograra obtener tejidos a partir de células embrionarias para regenerar órganos enfermos, una vez implantados en los pacientes éstos serían rechazados por su sistema inmunitario (como en el caso del rechazo al injerto en los trasplantes de órganos). A este problema, Yamanaka sugirió que si se pudieran crear células madre a partir de células de los propios enfermos, no serían rechazadas inmunitariamente. Con lo cual, tampoco serían criticadas por aquellos grupos muy religiosos contrarios a su utilización.

En el momento actual, continúan los estudios de investigación al respecto. Con recortes, con crisis, continúan como pueden. Quizá en los próximos años, una vez solventados los problemas asociados acontezca la disponibilidad práctica de estos nuevos modos de terapia. Ojalá. Que no andamos, en realidad, tan sobrados de tratamientos útiles.

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