Summary: Todos nuestros miedos se ven condicionados por dos fenómenos que se alimentan entre sí; la creencia de que no podemos superarlos, hagamos lo que hagamos y nuestra percepción de los mismos. Y es sólamente, cuando nos enfrentamos a los mismos por nuestra propia cuenta, sin vernos sometidos a la presión externa de tener que hacer las cosas para formar parte de un rol preestablecido en la sociedad, cuando llevamos nuestras capacidades al límite, cuando conseguimos abandonar el peldaño en el que nuestro propio juicio se basa y condiciona por cosas ajenas a nosotros; para crear un sistema de medida en el que la excelencia no se condiciona por lo que provocamos en la sociedad, sino por el éxito que tengan nuestras acciones en base a nuestro propio esquema de valores.
Decía Proust que nuestro corazón tiene edad de aquello que ama. Y si lo que amamos es efímero, morimos en cada amor y resurgimos de nuestras cenizas aún humeantes, un poco más viejos; con un poco de suerte, un poco más sabios también. La sociedad en la que vivimos no premia el amar, sino el ser amado por otros, que curiosamente casi nunca son cómplices directos de ese amor, sino que participan en él continuamente a través de la cámara que nos proporcionan las redes sociales, en una especie de pesadilla postapocalíptica digna del mejor Orwell.
Lo sabemos, somos conscientes de ello, y sin embargo nos genera una terrible ansiedad el pensar que mañana tendremos que vivir nuestra vida solos, sin esos apoyos virtuales que nos proporcionan los recuerdos. Vivimos del pasado, y de fantasmas que sabemos que nunca volveremos a ver, pero que recorrerán nuestro camino a través de nuestro presente. O mejor dicho, recorrerán la parte del camino que nosotros queremos que recorran, porque, acostumbrados a filtros, filtramos también lo que queremos que el resto de la gente vea, de modo que sólamente mostramos aquello que nos gusta de nosotros mismos, o, en el peor de los casos, aquello que no nos gusta pero que sabemos que generará una admiración en el público del drama -o tragicomedia- en el que nos hayamos inmersos.
Y ese sistema inmunitario creado nos hace más débiles, porque debajo de esa capa de fortaleza, nos vemos sometidos a los vaivenes y desafíos de la vida, que no se someten a los juicios externos que tanto valoramos, sino sólamente a los nuestros propios. Todos nuestros miedos se ven condicionados por dos fenómenos que se alimentan entre sí; la creencia de que no podemos superarlos, hagamos lo que hagamos y nuestra percepción de los mismos. Y es sólamente, cuando nos enfrentamos a los mismos por nuestra propia cuenta, sin vernos sometidos a la presión externa de tener que hacer las cosas para formar parte de un rol preestablecido en la sociedad, cuando llevamos nuestras capacidades al límite, cuando conseguimos abandonar el peldaño en el que nuestro propio juicio se basa y condiciona por cosas ajenas a nosotros; para crear un sistema de medida en el que la excelencia no se condiciona por lo que provocamos en la sociedad, sino por el éxito que tengan nuestras acciones en base a nuestro propio esquema de valores.
Si hay algo que no podamos conseguir de nuevo, es el tiempo perdido. Hemos desarrollado una extraña habilidad para aun así, conseguir que ese tiempo se transforme en algo que perdura, en algo que conseguimos incluir en nuestro presente a través de los recuerdos, que nos proporcionan un agradable sueño de melancolía que nos permite afrontar las situaciones nuevas en base a situaciones pasadas que ya hemos superado, y en un agradable refugio en el que guarecernos cuando los miedos al fracaso nos intentan retrasar en nuestro camino al futuro. Pero el tiempo dirá si en el futuro, crearemos nuevos refugios, o viviremos siempre en los que ya hemos dejado atrás hace tiempo.