Fotos

Las fotos son como las cicatrices:algunas, duelen cuando las miras, otras, te hacen sentir orgulloso. Pero hay algo en todas ellas, algo extraño. Algo que no podía haber estado en la herida. Algo que no podía haber estado ahí cuando tomaste esa foto. Cuando miras una foto, te transportas instantáneamente a un mundo imaginario, el mundo en el que la foto ocurrió. Estás acostumbrado a viajar a ese mundo, cada vez que recuerdas aquel instante. Pero cuando te adentras en la foto, hay algo de siniestro a tu alrededor. El aire sabe raro, como a metal. No hay ningún disparate a simple vista, pero sabes que nada encaja como debería.

 

Es normal que con el tiempo, el recuerdo y la realidad acaben distanciándose poco a poco. Y quizá sea por eso que las fotos nos hacen sentir tan ajenos. Son un fragmento de la realidad. Una pieza del puzzle que nos promete que debe ir ahí, está pegada a la mesa y no va a moverse. Pero todo nuestro puzzle alrededor es distinto. No es absolutamente distinto, pero lo es. Y entonces miramos el rompecabezas, con esa pieza encaja ahí en medio, y hay algo justo ahí que nos hace sentir incómodos. No es como si la foto fuera un puzzle completo, no. Es solo una pieza. Pero que no se mueve de su sitio.

 

Siempre ha habido algo de misterioso para mí en las fotos. Algo atractivo, que me hace ir hacia ellas, buscarlas una y otra vez, mirarlas de nuevo. Tal vez tenga que ver con eso. Estamos acostumbrados a recordar, a viajar a ese mundo que es una representación imperfecta de lo que realmente pasó. Pero cuando miramos la foto, ésta no nos transporta a ese mundo. Nos lleva a uno distinto. A uno que nos invita a preguntarnos. A reordenar todas nuestras demás piezas, porque ya no encajan tan bien con esa de ahí en medio. Y no importa cuántas veces mires una foto. Con el tiempo, siempre volverás a deformar el puzzle. Y la foto nunca podrá encajar. En el mismo instante en que dejas de mirarla, ya ha dejado de hacerlo. 

 

Mirar una foto es viajar a un mundo en el que solo podemos existir mientras miramos la foto. Como un momento congelado en el tiempo, que no puede avanzar ni retroceder, no puede moverse de su sitio. Como una ventana que da a un paisaje que solo puede mirarse a través de esa ventana. Puedes correr, salir por la puerta, esperando encontrarte ese paisaje… pero ya no estará ahí.

 

¿Pero de verdad tiene sentido hacer esto? Incluso si mirarlas fuera un intento de aferrarme a esas piezas de ti que aún puedo conservar, ¿realmente lo hago? Del mismo modo que mi recuerdo, ¿no has mutado tú también ahora? Si intentara encajar esa pieza, esa foto, en tú yo de ahora, ¿de verdad lo conseguiría? Quizá me encontraría con la realidad más atroz de todas: que no. Que los instantes son instantes, e instantáneos. Que esa pieza no puede existir más que como una pieza, y que aunque tuviera todas, no podría despegarlas de la mesa y llevármelas a mi casa. Seguirían ahí pegadas. Solo para mirarlas. Para nada más.

 

¿Pero qué significa eso? “¿Disfruta el momento?” ¿Pero de qué sirve eso? Si el momento no dura, y las fotos son solo fotos, ¿a dónde va a parar todo aquello que amamos? Todo se nos resbala de las manos, no podemos coger nada, solo rozarlo durante tanto tiempo como la gravedad decida. ¿Tengo que decirte adiós para siempre, a cada segundo, a cada instante de ti? ¿Es que nuestra vida no es más que una despedida constante?

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