Se sorprendió mirándose en el espejo más veces de las que podía casi contar, pero no conseguía recordar bien sus rasgos a pesar de las constantes visitas al tocador. Las facciones se nublaban en su mente y tan sólo era capaz de recordar su cara en fotos. Marie se puso una chaqueta vaquera y bajó a la calle sin un fin concreto y con ninguna ruta en mente. Decidió que seguiría las calles en las que más diese el sol hasta llegar a algún lugar que le sorprendiera, o se topara con algo que la animara. Dejó en manos del azar, y de la propia ciudad, su destino más próximo.
Fuera se notaba como la temperatura templada tras el frío febrero caldeaba el ambiente en las terrazas, donde la gente disfrutaba de sus bebidas, amistades y amores de mediodía sin importarle la hora. El clima tiene la fuerza suficiente como para moldear los caracteres, que a decir verdad, se impregnan de todo aquello que está en contacto con ellos.
Paseaba pisando fuerte y rápido, acostumbrada a llegar tarde a todas partes, se le olvidaba que hoy a la prisa no le tocaba correr. Sus piernas eran fibrosas y su pecho pequeño y atlético le permitía moverse con agilidad entre los transeúntes de una de las calles más comerciales a la que había llegado guiada por el sol.
El fin de semana la gente salía a comprar. Se trataba de un divertido hobbie que evadia y llenaba de forma bastante eficaz y rápida ciertos vacíos existenciales no detectados. Y además, no requería pensar demasiado. La calle, más que un lugar público en el que estar parecía el pasillo de un gran centro comercial exterior sin fin. A Marie no le gustaban las aglomeraciones y cada vez encontraba menos placer en el acto de la compra. Aunque, pese a darse argumentos para evitar el impulso de hacerse con lo innecesario, seguía encontrando cierto placer adquiriendo aquello que le acercaba a su yo más aspiracional.
Se desvió por uno de los callejones contiguos que cortaban la calle principal para alejarse de la marabunta y se topó con un vagabundo que descansaba sobre sus rodillas portando un pezado de cartón en el que ponía «Para comprarme un Ferrari». Sin hacerle demasiada gracia, le llevó a pensar si aquella frase, diferente a la del resto de indigentes de la zona, le proporcionaba más dinero por su originalidad. Tal vez, mediante carteles diferentes, con frases inusuales, podrían lograr que el hipnotizado ciudadano de a pie se fijara en ellos. Ya ni el mendigo se libraba hoy en día de la competencía. ¿Qué frase escribiría si tuviera que ganar dinero en la calle? ¿Humor? Lo único que estaba claro era que el victimismo ya no surtía efecto, y hacía tiempo que la insensibilidad se había convertido en la nueva forma de estar en el mundo.
Al cruzar de acera ensimismada en sus pensamientos casi le atropeya un camión de Coca-Cola en el que se leía «Destapa la felicidad». Lo verdaero y lo falso, la crueldad y la bondad, la justicia y la injusticia se rozan de cerca a la sombra de las miles de colmenas que conforman la ciudad.
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