Según voy bajando, el sendero se va haciendo más oscuro. Ramas afiladas como cuchillas van cortándome poco a poco las mejillas, y pequeñas gotas de sangre recorren mis pómulos, fríos y rotos, en pequeños fragmentos de porcelana vieja.
La sonrisa aún se mantiene, pero por poco tiempo. El viento gélido me da la bienvenida, como un suspiro del olvidado invierno, desolado por no haber hallado consuelo alguno entre las hojas de los árboles. Voy notando como me pesan las piernas por cada paso que doy. No puedo más y, sin embargo, continúo mi marcha hacia rumbo desconocido.
Hace tiempo que estoy perdida, pero sé que a pesar de mis gritos, nadie está cerca. El ruido del silencio es cada vez más fuerte, y poco a poco me va nublando la vista. Lo que quizás me sigue manteniendo en pie es el deseo de salir de allí, de querer encontrar la calidez que había entre las mantas de la cordura y la felicidad.
Sé que, en algún momento, encontraré la salida, aunque aún no sepa la dirección.