Cuando iba a la facultad y disfrutaba de esos años en los que no hacer nada estaba socialmente permitido, e incluso bien visto, una de mis compañeras en aquella época, gran amiga actualmente, me acusó de «demasiado racional». «¿Tú no tienes sueños?», osó preguntarme. Imaginaos mi respuesta.
Pues bien, 8 años más tarde me acuerdo de ese pequeño gran diálogo. La razón no es otra que mis sueños, los de ahora. Me estoy refiriendo a lo que hacemos mientras dormimos, aunque no nos acordemos, eso a lo que Freud dedicó gran parte de sus estudios. Y ahí viene el problema: llevo varios meses soñando cosas tan reales que a veces son o, al menos, podrían haber sido reales. La verosimilitud de mis ojos ya no termina con la luz. No hay apenas diferencia entre mi vida de despierto y la de dormido, ya que todo sigue una línea de regularidad que empieza, no sólo a confundirme, también a aburrirme. De esta forma, hechos tan pequeños en importancia y relevancia como son el retraso de una hora que sufrí hace una semana, la confesión de mi compañera de natación de que realmente está enamorada del chico casado con quien practica sexo 2 noches por semana o la llegada de un nuevo español a mi piso compartido a las afueras de Génova fueron fruto de mi mente con los ojos cerrados. Nada se cumplió, pero pudo, que es lo que viene a ser importante, es lo que realmente me altera, es lo que realmente me impide descansar.
Hace un año, cuando soñaba ese tipo de cosas que todos experimentan y pocos recuerdan (caídas al vacío,viajes a ninguna parte, muertes desconocidas, persecuciones sin motivo), la sensación al levantarme era de haber hecho un viaje en avión de 8 horas (soy incapaz de dormir menos) rumbo a un paraíso aún por descubrir, lleno de aventuras y emociones, no necesariamente siempre buenas. Ahora, en cambio, es un paseo a pie y cuando uno pasea ni cuenta ni sabe las horas que ha durado, principalmente porque es lo de menos.
Al principio esperaba cada noche como una cita a ciegas, con su correspondiente hormigueo, pero ya hace un tiempo que me cansé de ver la oscuridad y de esperar al mañana que nunca llegó. Cada vez me acuesto más tarde, pero siempre es hoy (o ayer). Esa sensación de excesiva racionalidad la entiendo ahora más que nunca y no se la recomiendo a nadie.
En Atrapado en el tiempo, Bill Murray vive el mismo Día de la marmota eternamente. En Réquiem por un sueño, Jared Leto sueña con vivir al margen de la heroína, que a su vez le hace soñar. Gael García Bernal es cautivo de sus propios sueños e imaginación en La ciencia del sueño. Mulholland Drive nos pretende informar de que en Hollywood debemos recurrir a los sueños para creernos (o no) la realidad.
Yo en cambio, no he visto una marmota ni una papelina en mi vida, y no hablemos de Hollywood. Quizás por eso mi sensación es de todo menos eufórica.Mi imaginación ha sido más que limitada.
Probablemente todo esto (¿qué es «esto»?) sea un sueño, pero de cualquier forma,y aun siendo consciente de que la realidad no siempre es la mejor opción, ya va siendo hora de abrir los ojos, a ver si es mañana.