Vulnerabilidad

Según escribo en mi ordenador, con los ojos pegados a la pantalla, pero la mirada perdida en aquel momento en el que todo cambió, me doy cuenta de que quiero alzar mi voz para contaros una historia, quizás no muy agradable, pero a la vez muy necesaria de ser oída.

 

Hace exactamente seis años, una adolescente salía de la clase de baile de los sábados, feliz porque por fin había conseguido seguir una coreografía sin tropezarse con sus propios pies. Iba acompañada de dos chicas a las cuales aún no conocía del todo, pero que en un futuro se convertirían en una parte muy importante de su vida.

Cogieron el autobús que las dejaría en la puerta de su casa, salvo a la primera mencionada. Ella se bajaría mucho antes, en una parada que estaba a 15 minutos andando, ya que la línea no pasaba por donde ella vivía.

Eran las 2 de la tarde y no había mucha gente, a pesar de que iba por una calle donde solía estar muy concurrida. Se puso los cascos, e inmediatamente empezó a sonar Locked Out Of Heaven, de Bruno Mars. ¡Joder, como le gustaba esa canción! En cuanto la escuchó en la radio la semana pasada, fue corriendo a descargarla para poder ponerla en modo repetitivo, día tras día, hasta que se cansara de ella.

Ensimismada en su mundo, no se dio cuenta de que delante iba un chico con una guitarra. Joven, corriente. Notó que de vez en cuando echaba la mirada atrás, pero le restó importancia. ¿Por qué iba a dársela?

Siguió caminando, pero el chico seguía volviendo la cabeza, y cada vez con más frecuencia. Empezaba a ponerse nerviosa, pero se obligaba a ignorarlo puesto que no tenía motivos para estarlo. No pasa nada, todo está bien.

De repente, él se paró en una esquina, y apoyado en la pared, sacó su móvil y se puso a mirar, lo que supuso ella, sus mensajes. Por precaución, la chica decidió cambiar de dirección, y comenzó a recorrer la misma calle, pero hacia abajo. Supuso que, si él no la seguía, entonces podría continuar tranquilamente hasta su casa. Pero no fue así.

Se despegó de donde estaba y comenzó a caminar en la misma dirección. No podía creérselo, así que la chica se cambió de calle, una paralela a la que estaba, y empezó a correr hacia arriba de la misma como si no hubiera un mañana. Siguió corriendo, hasta que llegó a un paso de cebra que se puso en rojo para peatones. Paró para recobrar el aliento. El corazón le iba a mil por hora, la adrenalina se había apoderado de sus venas, y no podía parar de temblar. Tranquilízate, seguramente ha sido sólo casualidad. Estás paranoica. Esa pequeña vocecita trataba de hacerle entrar en razón. ¿Cómo va a seguirla nadie?

Poco a poco fue calmándose, así que decidió no hablar con nadie de los que estaban por allí por si la tomaban por loca e infantil, y siguió andando hasta su casa.

Esa tranquilidad no duró mucho. No pasaron ni dos minutos, hasta que divisó al chico de la guitarra a su lado. Le faltaba el aliento, signo de que había estado corriendo. Horrorizada, no podía apartar la mirada, y él le obsequió con una mueca de burla, de triunfo, como si le estuviera diciendo, te he alcanzado así que yo gano.

Una oleada de pánico la inundó, y como un resorte comenzó a correr hacia cualquier parte. Es increíble la velocidad en la que piensas cuando estás en situaciones de estrés y angustia. Su cabeza funcionaba vertiginosamente, tanto que temía que le estallase ahí mismo. No podía ir a casa, por si se quedaba donde vivía, así que entró en el metro, y llegó hasta un andén de la línea 9. Allí se quedó, acurrucada en el suelo, sin poder contener las lágrimas. Llamaba sin parar a su madre, pero ella no lo cogía. Después llamó a un tío suyo, el cual era como un padre para ella, y por suerte, esta vez sí que contestaron al teléfono.

-Ey, ¿cómo estás? -le peguntó él.

-¿P…puedes venir a… a por mi?

-Estoy en casa, pero en un rato voy verte. ¿Pasa algo?

-C…creo que hay un chico que… bueno que me está siguiendo…-sollozaba ella.

-Quédate ahí y no te muevas. Estoy saliendo ahora. No me cuelgues, o llama a la policía. Pero lo más importante es que te pongas al lado de alguien. ¿Me has oído?

Pero la chica había dejado de escuchar. Vislumbró a aquella odiosa guitarra entre el gentío del andén de enfrente. No podía ser, no podía haberla seguido hasta allí. Y, sin embargo, sus ojos encontraron los de él. Se dio la vuelta, y desapareció.

Segundos después, y con su tío todavía al teléfono, se desplomó. Sus piernas habían dejado de responder, y antes de levantarse, una pareja joven se le acercó para ayudarla a ponerse en pie.

-¿Te encuentras bien? -preguntaron.

-La verdad… es que no.- Apenas podía articular bien las palabras de lo asustada que estaba.

Les contó todo lo que había pasado, y decidieron quedarse con ella. Entonces, la mujer de la pareja le puso una mano en el hombro, como para tranquilizarla, pero se dio cuenta de que el motivo era muy distinto. Tenía los ojos fijos en un punto detrás de la chica, así que giró sobre sus pies para ver qué pasaba, y ahí estaba otra vez, con aquella pose de superioridad y desprecio, el joven corriente de la guitarra. Pero al ver que no podría acercarse, con una sonrisa burlona cogió el metro, y ya no le volvió a ver más.

 

A pesar de que mi escritura es decidida, he de admitir que me tiemblan las manos. Conteniendo la respiración, dejo que las palabras fluyan a través de mis dedos. Algunos estaréis pensando, vaya exagerada, se ha vuelto loca, no es para tanto. Pero antes de que saquéis conclusiones precipitadas, dejadme deciros algo.

Esa chica de 14 años estuvo meses sin poder ir sola a ninguna parte, pidiendo todas las mañanas a su madre que la acompañase al colegio. No volvió a coger ese autobús, y aún se estremece con esa canción, la cual fue una pesadilla para ella durante dos años, porque le recordaba a aquel momento. Un momento en el que se sintió totalmente desprotegida, vulnerable y débil.

Sé que esta historia puede ser sólo un mal recuerdo, que no me hicieron daño físicamente. Pero me entristece decir que esto es el día a día de muchas niñas, de muchas mujeres. Que quizás no es ni la mitad de horrible de lo que han llegado a sufrir otras chicas, y es por eso por lo que la comparto. Para que aquellos que aún creéis que los micromachismos o que el acoso por la calle no es real, aquí tengáis un ejemplo de que el miedo que se experimenta sí que lo es. Y que eso te deja trazas para el resto de tu vida. Acabas volviendo con las llaves en la mano, preparada para abrir la puerta, o simplemente a modo de mecanismo de defensa.

Aún vivimos en una sociedad en la que se enseña a las niñas a defenderse, en vez de enseñar a las personas a respetar. Que levante la mano aquella chica que no ha oído alguna vez en su vida cosas como, no vuelvas a las tres de la mañana tu sola porque es peligroso, mándame un mensaje cuando hayas llegado a casa, te espero despierta para que me avises si pasa algo…

Y creo que, si aún escuchamos estas frases, es porque todavía queda un largo camino por recorrer.

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