Aún recuerdo cuando te conocí.
Yo corría contra la lluvia, con prisa, empapado.
Ajeno a todos.
Nadie me importaba.
Y a nadie le importaba yo.
Entonces pasé al lado de aquel restaurante italiano.
Y oí una voz.
«Ey, el de azul!»
Era una voz preciosa.
Me calmaba.
No la había oído antes.
Pero sentí que era la voz de mi ángel de la guarda.
Me di la vuelta un instante.
Dispuesto a observar a quien hubiese hecho aquella llamada.
Y luego continuar mi carrera.
Entonces te vi a ti.
Ni siquiera pude imaginar que fuera a mi a quien llamabas.
Me quedé embobado durante unos segundos.
Hasta que finalmente entendí,
que de hecho si que me hablabas a mí.
No te conocía.
Y entonces te acercaste.
Y con tu paraguas en la mano, me cubriste de la lluvia.
Nunca entenderé por qué ayudarías
a alguien de la calle.
Sin más.
Y le acompañarías.
Quizás fuera mi sudadera azul.
Era tu color favorito.
O quizás vieras algo en mí.
La tormenta golpeaba el paraguas,
como miles de diminutas hadas llamando a la puerta.
Recuerdo que te encantaba tu paraguas.
Era un paraguas transparente.
Entonces pensé en el paraguas transparente.
Y pensé en ti.
Nunca te vi tapar el color del cielo.
Por muy gris o triste que fuera.
Nunca lo negabas.
Te cubrías de su lluvia.
Pero te encantaba ver el cielo.
Sin importar lo oscuro que estuviese.
Por eso llevabas ese paraguas.
Lo agarrabas con fuerza.
Cómo protegiéndote,
pero sin miedo.
Una luz cruzó el cielo iluminando tu cara durante un instante.
Creo que ni siquiera te diste cuenta.
Tal vez se perdiese en un pestañeo tuyo.
Pero yo era incapaz de pestañear.
No quería perderme ni el más mínimo instante.
De cada bello paisaje que formaba tu rostro.
Segundos después, como el refrán dicta,
vino el trueno..
Y retumbó en lo más alto del cielo.
Haciendo, moribundo, eco en las nubes.
Tú agarraste fuerte mi brazo.
Los truenos daban miedo.
Te daban miedo.
Hacían ruido.
Molestaban.
Llegamos a la estación y negándome a dejarte ir,
aún sabiendo que perdería el tren,
te miré para agradecerte la compañía y el paraguas.
El paseo bajo la lluvia se me hizo momentáneo,
aunque quizás durara 20 minutos.
Pero aquel momento…
en el andén…
recé por hacerlo eterno.
Y parecía que durante un momento algo allí arriba me había escuchado.
Nuevamente un trueno irrumpió en la sala.
Como reclamando aquel instante.
Impidiéndomelo.
Me diste tu número.
Y desde entonces fuiste mi paraguas.
El paraguas que no tenía miedo de mirar a la tormenta.
Y que dejaba pasar la luz en los días más alegres.
Fuiste la chica del paraguas transparente.
La que robó…
mi corazón.