Compartimos un silencio colosal, casi majestuoso. Los dos comíamos helado y nos mirábamos a los ojos de vez en vez, sonreíamos ante un crepúsculo extrañamente hermoso y enigmático.
Mi mente era vacua, y puedo asegurar que la de él también. Alguien más podría pensar que no era así, que tal vez los dos divagamos en mundos diferentes, luminosos o sombríos, pero que nunca pertenecerían al mismo universo a pesar de tanta similitud y de la inexorable naturaleza que nos delataba.
Mis pensamientos eran nada y la nada se limitaba a ser ella misma, todo mi ser disfrutaba de un delicioso helado de Pay de limón en el que ni siquiera pensaba y fue en ese momento que me sentí dichosa y feliz.
Algunos mortales nos miraban, entre confundidos y ensimismados, como si fuéramos dos extraños seres, como si no perteneciéramos a su mundo y la verdad es que tenían razón. ¿Por qué tal extrañeza? No lo sé, pero especulo que todo se debió a la falta de palabras, letras, silabas y frases que para nosotros eran pulcros canticos que ambos compartíamos y escuchábamos, pero que nadie más oía.