Michael no podía dejar de observar las gruesas gotas de lluvia que resbalaban en el cristal de su ventana aquella lluviosa mañana de otoño. En su habitación reinaba el silencio propio de una noche en cualquier desierto del mundo donde solo la brisa cálida podía regalar algún pequeño suspiro. Esperaba, con el ansia con la que espera un niño sus regalos de cumpleaños, la llegada del cartero con la esperanza de que viniera con el paquete que llevaba esperando algo más de un mes.
Para amenizar la espera, Michael bajó a la cocina de su pequeño apartamento al este de Georgetown para preparase un café, al que pondría dos terrones y medio de azúcar como de costumbre. Mientras descendía por las estrechas escaleras que comunicaban el piso de arriba con un escueto salón que pedía a gritos una mano de pintura, alguien llamó a la puerta. Se apresuró hacia allí olvidando su propósito anterior y con la certeza de que al abrir la puerta encontraría aquello que le había quitado el sueño esas últimas tres semanas. Giro el pomo temblando cual beodo una noche de viernes y abrió la puerta. En efecto, un joven vestido con los atuendos propios de un repartidor de correo le sonreía desde encima de su felpudo mientras le profería palabras relacionadas con el horrible temporal que había estado azotando la costa este del país aquellos días. El joven le entregó una pequeña caja de cartón y le pidió si podía firmar el papeleo que después debería entregar en su correspondiente oficina postal. Tras una cordial despedida, el joven se marchó bajo la torrencial lluvia en su vieja motocicleta Vespa. Tras la marcha del muchacho Michael ni pensó en que lo correcto hubiera sido ir al salón a abrir el paquete con calma así que lo abrió ahí mismo, de pie, delante de la puerta.
Era más bonita de lo que Michael nunca hubiera imaginado. Por fin había llegado la pluma estilográfica que llevaba tanto tiempo esperando. Era una Scheffer de un intenso negro mate con destellos plateados en ambos extremos que invitaban a cogerla y deslizarla sobre el papel produciendo narraciones que quedasen fuera de las leyes del tiempo. Con ella podría volver con euforia a sus días de escritor diletante.