Lejanos escuchamos los tambores que anuncian la catarsis.
A hombros de gigantes transportados,
a trancos sobrehumanos
avanzan,
avanzan contra el mundo.
No precisan la fe para mover los montes,
que arrobados se inclinan a su paso;
los picos truncan,
amontonan las nubes,
estremecenn la tierra del trópico a la tundra.
Entre el temor y el gozo,
el fervor y el asombro,
sobrecogidos, expectantes
aguardamos en mitad de la tarde trastornada;
incendia el firmamento el fuego de sus ojos;
despliegan sus escalas las arpas del aguacero.
Vienen a por nosotros;
nos llamarán a todos por nuestros nombres;
no oirán nuestras plegarias,
nada podremos frente a su ímpetu indómito,
su urgencia irresistible.
Uno a uno seremos sometidos,
abiertos de punta a punta por sus lenguas llameantes,
arrebatados,
absorbidos hacia el delirio supremo,
hacia el tornado perpetuo del que nunca se regresa.
Aquí están, acudid;
sus trompas turbadoras nos convocan;
con sus mazas tremendas
aturden los sentidos,
baten los corazones,
redoblan las conciencias,
hacen salir a los muertos de sus tumbas.
Sanchís
17 febrero, 2020 a las 1:11 pm
¡Qué maravilla!
SIGFRIDO VIGUERIA ESPINOZA
3 marzo, 2020 a las 4:30 am
Un poema apocalíptico como nuestro contemporáneo mundo decantado en si mismo…te abrazo…felicidades…. Sigfrido Vigueria y Espinoza