Las puertas no se abren si tú no estás

Las puertas no se abren si tú no estás

Victoria es una chica llena de energía; sus trenzas con rayitos le dan un toque de india muy salvaje. Su vida amorosa con Vicente en los tiempos universitarios aún la recuerdan en los corredores. Se pasaban la mayor parte del tiempo en los jardines y los susurros y muestras de cariño eran como una película de los años sesenta, como aquellos que nos marcan con tremenda alegría y esperanza.

Tres años más tarde

Están todas en el café central de la villa como es habitual. Nada cambió en Victoria después del casamiento. Los encuentros semanales del último invierno han sido maravillosos, todas han escogido el té de menta como preferido y los bizcochos de chocolate con vainilla que confortan el organismo  del resfriado de enero. A veces hasta consiguen imaginar que el sol está por salir como un triunfo sobre el invierno. Pero al llegar el verano  ha sido muy diferente. En  la última semana Victoria ha pedido té de tilo y ningún bizcocho.

– Victoria, has dormido en el sofá otra vez… ¿No crees que estás abusando de mi paciencia? Estoy muy  triste con ese camino y no comprendo tus actitudes. Estás siempre cansada y cada día hablas menos. ¿Y el amor que nos teníamos a dónde se fue?

Victoria se ha puesto muy molesta. Los permanentes ataques de inseguridad de Vicente se han puesto insoportables. Se agravaron con el casamiento. Dejó a Vicente en la sala hablando y se fue a duchar para intentar ablandar los ánimos y sus pensamientos.

Treinta minutos más tarde

Sale del baño con el pelo aún muy mojado. Lo ha dejado así porque a veces es un buen método   para aliviar el dolor de cabeza. Vicente la busca en el cuarto y le vuelve a recordar que tienen una fiesta el sábado y le pide ir de zapatos altos y vestido adecuado: “El último año lo llevaste muy corto”.

“Vicente, tu inflexibilidad y intolerancia no consigo aplaudir. No tengo cómo respetar y admirar hoy nuestro estilo de vida. Y los abrazos que antes no faltaban, fueron convertidos en pensamientos rumiantes y negativos que me recuerdan a mi abuela «¡Quiero que seas perfecta!»

Cuando decidimos casarnos después de ocho años de novios, siempre te dije que tu lado romántico y lleno de iniciativas me llenaban tanto, ¿te acuerdas? Enviaste una canción bella a mi correo electrónico personal, «Quando a chuva pasar» de Ivete Sangalo, y con ella me convenciste que solo tenía que abrir la ventana y dejar el amor entrar. Hiciste lo posible y lo imposible para borrar de mi memoria una discusión tonta relacionada con la ropa que llevé a tu fiesta de cumpleaños el año pasado. Solo porque decidiste vestir de traje y olvidaste decímelo, yo aquel día para ti estaba vestida de hippy.”

Salida de Victoria de casa

Victoria, cansada, coge la ropa ese mismo día, la pone en su mochila y se va para la casa de su hermana por unos meses. Hasta cortó su pelo, aprendió a andar en moto con sus nuevos vecinos.

Consiguió una beca de diseño Industrial por un año, en Alemania, ahora solo tenía que hacer la licencia de manejar la moto antes de partir y todo sería real. Una aventura nueva por vivir y lejos de todo, le parecía muy motivador…

Vicente también siguió con su vida. Un mes más tarde ya estaba de novio con una amiga del trabajo.

Dos años más tarde

En uno de sus viajes a una galería de Holanda le han dado una libreta para pintar y le han pedido que guarde su cámara fotográfica. “!¡Que interesante!”, piensa ella, “Es verdad que cuando pintamos conseguimos ver mucho más que por el lente de la cámara fotográfica.” Uno de los cuadros de Sena Runa expuestos en la galería le recuerda el viaje a la India, “Bufandas que tapan rostros”…

Sale disparada de la galería, coge un taxi. Llega a casa y pone unas ropas en su maleta nueva y en menos de dos horas ya está dentro del avión que la lleva hasta Barcelona. Con ella van sus muchos recuerdos y deseos de ver de nuevo a Vicente y de poder explicar la razón de su salida impulsiva…

El viaje de cuatro horas es magnífico. Llega de noche lo que le agrada bastante, le gusta dormir en los aviones. Ya en la habitación del hotel abre una botella de vino portugués, su preferido, Vila Régia, y saborea su aroma que la deja muy bien dispuesta para un baño de espuma. Observa el cuarto cuando sale de su magnífico baño de espuma, «¡Qué rico!», una cama grande le espera como buena compañía y ella se siente libre.

Al día siguiente

Abre las ventanas grandes del cuarto, que tiene una vista fabulosa. Se mira en seguida en el espejo para verificar su rosto cansado y levanta las mejillas con los dedos para que no se pierda su mejor aderezo, su sonrisa.

En el taxi del hotel, las imágenes que le llegan están llenas de colores vivos. Ella y Vicente corriendo, llenos de sueños. Y la sede de nuevas aventuras aparece como un relámpago que la electriza de la cabeza a los pies. El taxi por fin se ha parado frente al edificio. Su vecino simpático ha pasado delante de ella cuando salía del taxi y no la ha reconocido. Y Victoria continúa hasta el elevador, ansiosa por este encuentro.

Del otro lado de la puerta

Victoria toca la puerta dos veces. No ha sabido nada de Vicente en estos dos años. Oye una voz suave que la ha dejado curiosa. Detrás de la puerta, las manos le sudan como cuando hacía los exámenes del liceo. Se recompone y vuelve a tocar, al primer toque nadie la ha escuchado.

Vicente le aparece al frente con una niña de tres años. Su nombre, Luana, la retrata muy bien. Se le pega a los pies tocando varias veces, “¿Y tú quién eres?”

Se han quedado ambos mudos. Luana, con apenas tres años, ya sabe cómo se miran los enamorados.

Observa el cariño y la tristeza de sus miradas y le dice a su padre con iniciativa entusiasta, “¿La invitamos a comer?”

Victoria piensa por unos instantes… ¿cómo es posible que Vicente tenga una niña tan dulce y madura?

La cena

Mientras Luana buscaba en su cuarto sus dibujos para mostrar a Victoria, sentados a la mesa Vicente le contó a Victoria que su mujer había fallecido hace unos meses. Un conductor distraído la atropelló “Su partida inesperada me ha unido mucho a Luana”.

En aquel momento Victoria supo que tenía que volver otro día. Quería conocer al nuevo Vicente. Se levantó agradeciendo él té de menta y chocolate, su aroma preferido, y le dijo a Vicente: “Las puertas no se me abren por completo si tú no estás”, Vicente le responde con una postura abierta, flexible, se notaba que el dolor y Luana mucho lo habían cambiado: “Aprendí en estos tres años que las palabras sobran… Me gustaría pasear de nuevo contigo en el parque donde todo parece más suave al oído y no se me olvide de decir te queda muy bien tu nuevo corte de pelo.”

Por: Tania Estrada Morales

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5 Comentarios


  1. Fatima

    30 junio, 2016 a las 8:10 pm

    Oh, adorei. Adoro finais felizes 😉

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  2. JOSE SANTOS CARRILLO

    6 julio, 2016 a las 5:59 pm

    Muy bonito relato el romanticismo lo inunda todo¡Felicidades!

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  3. Ana Vassalo

    15 julio, 2016 a las 1:17 am

    Muito bom, Tania, um estilo muito teu, uma fluência impecável. O conto é bonito, comovente e esse título é pura poesia «Las puertas no se abren si tú no estás». Adorei o final, que tem tudo a ver contigo e a tua weltenschauung 😉 Que a inspiração te acompanhe sempre, nós agradecemos. Abraço fraterno.

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  4. Angelina Peraza

    16 julio, 2016 a las 6:25 pm

    Una linda historia, contada de una forma amena. Nos deja un mensaje acerca de la importancia de valorar a las personas, de decir lo que sentimos, y de las coincidencias, que a veces suceden, para brindarnos una segunda oportunidad.
    Felicitaciones Tania Estrada Morales.

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  5. Elia Peralta Ortiz

    11 septiembre, 2016 a las 3:34 am

    Muy linda historia. Y buen parecida a nuestra realidad. Profunda y repito muy resliata. Su escritora es una soñadora de los años 60 que después de muchos años reconoció que viajar. Fotografiar .outra y escribir eran las cosas que llenaban si alma como el pan el estomago de cualquier hambriento.
    Disfrute la lectura y mi nota es la máxima para Tania Estrada Morales. Mi amiga de muchos años.
    Éxitos por siempre

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