La lluvia caía al ritmo de sus pasos,
mientras corría embarrándose las esquinas del camisón blanco.
Todo era verde y ella era la flor roja que andaba aleatoriamente por ese prado,
con el rocío en sus pies descalzos.
Era libre por fin,
y en su pelo castaño romántico,
se podían colar los rayos anaranjados pálidos.
Amanecía.
Llovía.
Y ella era Elena;
Elena libre
Elena pecosa
Elena suave
Elena pura
Elena brisa.
Era verano
y la brisa corría por sus labios.
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